Estamos a
pocos días de un nuevo 11 de septiembre. 40 años.
En los
medios de comunicación, gran parte del material está dedicado a recordar ese
episodio traumático de la historia chilena. Algunos tratan de mostrar cierta
imparcialidad, con resultados dudosos: es muy difícil mostrar los hechos, tanto
anteriores como posteriores, sin ser influenciados por las posiciones y vivencias
personales.
Muchos
detractores centran el foco en los atropellos producidos después del 11, hecho
hoy innegable. Y muchos defensores, en las condiciones de polarización y odio
que desembocaron en el golpe de estado como única salida posible.
La historia
es un continuo y esa segmentación en nada ayuda a tener un panorama que permita
entender lo que ocurrió en forma imparcial y que sea un aporte fundamental para
no volver a repetir los errores del pasado.
No sé cómo
terminará escribiéndose la historia. Hoy está claramente inclinada hacia una de
las visiones.
Voy a
plantear como veo hoy las cosas. Viví el 11 de septiembre en Chuquicamata.
Tenía 26 años. Y viví también el proceso de descomposición de la sociedad e
institucionalidad chilena, mayoritariamente como estudiante universitario, en
la que fue la cuna del MIR: la Universidad de Concepción.
Si el escrito pareciera contener afirmaciones,
declaro que no lo son: son simplemente juicios que no pretendo sean
compartidos ni menos que convenzan a nadie.
Sólo un par de antecedentes
históricos
La
descomposición de la sociedad chilena empezó en la década de los 60.
Tanto el
partido socialista (Congreso de Chillán de noviembre de 1967) como el MIR (1965
y 1967) proclamaron la lucha armada como único medio para tomar el poder y transformar
a Chile en un estado marxista – leninista.
Ya en el
gobierno de la Unidad Popular (1970-1973), fuerzas opositoras al proyecto de la
izquierda, pedían la intervención militar para revertir el proceso. Entre
cacelorazos, iban a los regimientos a tirarle maíz a los militares: “Gallinas,
salgan de los cuarteles a poner orden”. "Patria y libertad" se estaba armando para combatir al gobierno de Allende y participar en la guerra civil que se produciría si las FF.AA. se dividían.
La irracionalidad
era absoluta: los contrincantes habían pasado a ser enemigos y a los enemigos
hay que aniquilarlos.
Me tocó
presenciar a pocos metros el asesinato del estudiante Arnoldo Ríos (diciembre
de 1970), en el campus de la Universidad de Concepción, por parte de
integrantes de la brigada Ramona Parra de las Juventudes Comunistas. Sí, siendo
ambos bandos de izquierda.
Se había
hecho carne el desafortunado lema del escudo: “Por la razón o la fuerza”. La
razón era si el contrario razonaba como yo, lo que a esas alturas era ya un
imposible. Quedaba sólo la fuerza.
Alternativas para superar la crisis
Dentro de
esa falta de cordura y una ideologización exacerbada, era difícil imaginar una
salida que no fuera:
- ·
La
guerra civil, que muchos veían cada vez más cercana.
- ·
Un
autogolpe de estado, implantando la dictadura del proletariado preconizada por
el marxismo o
- ·
Un
golpe de estado por las fuerzas opositoras al gobierno de la Unidad Popular.
Los militares eran los únicos capaces de ejecutarlo.
Ocurrió lo
último.
Un notable
análisis de la situación del país, que ya había compartido con los lectores del
blog, lo hizo el revolucionario de aquel entonces Mauricio Rojas, hoy profesor
de historia en una universidad de Suecia. Un notable aporte para entender
nuestra historia en los años previos a septiembre de 1973. Está en:
La opción de los vencedores
En
cualquiera de las alternativas, el bando vencedor debería establecer una
dictadura que asegurara el control del país e instaurar su propio modelo sin contrapeso. Dado el estado en que se encontraba la sociedad chilena, otra
salida parecía imposible.
Y una
dictadura debe sostenerse necesariamente en la fuerza.
- ·
Torturando
para obtener las confesiones necesarias para desbaratar cualquier intento
opositor y desestabilizador.
- ·
Sacando
del mapa del país a los opositores que pudieran significar un peligro, ya sea
deportándolos o dándoles muerte.
- ·
Infundiendo
temor a quienes tuvieran la intención de actuar en contra del nuevo régimen.
Eso nos
muestra la historia de las dictaduras, independientes de su color,
varias de
las cuales siguen vigentes en algunos países de nuestro planeta.
Éste es el
género al que pertenecemos, aunque no queramos reconocerlo.
La reconciliación
Termino mi
reflexión con las palabras finales del artículo de Mauricio Rojas:
Sobre todo esto
deberíamos ser capaces de iniciar una reflexión sincera, ya que para reconciliarse
Chile necesita de una memoria histórica sin silencios, que no se adecue a las conveniencias
de unos u otros ni se quede a medio camino. Una memoria trunca distorsiona la
verdad y da pábulo a una distribución unilateral de las responsabilidades que
no nos ayuda a avanzar hacia aquello que le debemos a Chile: un relato verídico
de cómo llegamos a separarnos y odiarnos a tal punto que un día nos arrogamos
el terrible derecho a destruirnos unos a otros.
¡NUNCA MÁS!