Si dejamos de lado el aspecto emocional (importante, no lo dudo) y miramos la tragedia ocurrida en Chile desde un punto de vista estrictamente racional, se me ocurren un par de reflexiones:
Desastres naturales.
Nuestro planeta está “vivo”, como lo está el universo. Parte de su formación como hoy la conocemos, se ha debido a cataclismos.
Que hayan terremotos, que erupcionen volcanes, que aparezcan y desaparezcan islas, que hayan maremotos, huracanes y tifones, son manifestaciones de su actividad. Lo mismo que se desborden ríos o que haya estaciones secas, otras con lluvias torrentosas o inviernos con nevadas impresionantes. Es parte de su actividad natural.
Y como muchas cosas en esta vida, los eventos ocurren en un rango de probabilidades. Alta probabilidad que se sitúen en un rango medio, y menor probabilidad de ocurrencia en los rangos extremos. Pero aunque con menor frecuencia, los eventos extremos siempre ocurrirán.
Los seres vivos, entre los que nos encontramos los humanos, estamos más o menos “diseñados” para soportar situaciones que podemos considerar intermedias. Pero no para los extremos.
A lo que voy: lo ocurrido en Chile hace una semana y en Haití hace un mes es desde el punto de vista humano, tremendamente doloroso. Pérdidas de vidas y lo logrado con el esfuerzo de toda una vida. Pero no es un evento inusual ni que puede ser considerado inesperado y que nos deje atónitos. Es parte de las reglas del juego del existir.
Especialmente destacable es si nos situamos en zonas del mundo que pueden ser catalogadas como poco seguras. América en toda su costa del Pacífico, buena parte de Asia y la zona del Caribe.
Los que vivimos en estas zonas, debemos entender los riesgos a los que estamos expuestos. Una opción sería mudarnos a zonas que me parecen más seguras (nunca 100%) como España, Francia, Alemania o Bélgica (excluidas las guerras, claro está) por nombrar algunos. Brasil en gran medida también parece serlo. Pero decir “tomo mis bártulos y me mudo” no siempre es posible.
Chile ha sido destruido varias veces. Recuerdo los terremotos de 1960 (se conoce como el de Valdivia pero fue toda la zona sur, incluido Concepción, nuevamente afectado); el de la zona central en 1985; el del norte hace unos 12 años y hace unos 3, el de Tocopilla. Alejándonos en el tiempo, tenemos el de Chillán en 1939. Muchos eventos extremos en tan poco tiempo.
Y no está demás tener presente que el país será nuevamente destruido a futuro en una cantidad de veces que nadie puede precisar. Punto que sería conveniente tener presente al momento de decidir donde y como vivimos.
La minimización de los riesgos.
Ahí hay un punto clave. No podemos controlar los fenómenos naturales, pero sí tratar de minimizar sus consecuencias.
Chile, y los países que se encuentran en condiciones similares, deberían tener un plan de emergencia nacional, en que todos los habitantes estén informados y entrenados. Algo hay, pero absolutamente insuficiente. Así como se hacen (¿o hacían?) las operaciones Daisy en los colegios, deberían haberlos en cada edificio, en cada barrio, en cada ciudad.
Un apropiado sistema de alarma y de comunicaciones apropiadas, que no queden mudas por un simple corte de energía, es imprescindible. Y la experiencia de la última semana mostró falencias inexplicables que aun no logro entender.
Y algo que es de Perogrullo: las construcciones deben ser diseñadas según normas apropiadas para no verse afectadas. En este caso, normas antisísmicas. Trabajé muchos años en proyectos y este era un punto extremadamente relevante. Las normas chilenas son claras en ese sentido. La duda es si todas las inmobiliarias y constructoras las siguen rigurosamente, tanto en el diseño como en la construcción. Algunos casos de colapsos en este terremoto (pocos, afortunadamente, pero muy visibles y trágicos) me hacen temer que ahí podemos tener un problema.
¿Se acuerdan, los más “antiguos”, de la película “Incendio en la torre”? Ahí se diseñó bien, pero al construir, para abaratar costos, se usaron materiales de menor calidad que los especificados. Y eso causó la tragedia.
En fin, espero que superada la emergencia, tengamos la capacidad de analizar lo ocurrido y tomar las medidas para que en un nuevo evento natural extremo, los efectos puedan ser mitigados.
Nota aparte: no quisiera estar en los zapatos de las inmobiliarias cuyas construcciones han tenido problemas. O reaccionan apropiadamente frente a quienes les adquirieron propiedades, lo que les costará mucho dinero, o están destinadas a la quiebra además de enfrentar las demandas judiciales y sus consecuencias cuando corresponda.
Teletón “Chile ayuda a Chile”.
Loable idea y esfuerzo, al que me he sumado. Había que hacerlo.
Pero nuevamente, visto racionalmente y obviando el lado humano, me deja una sensación tipo angustia.
La meta es juntar 15 mil millones de pesos. ¡Qué gran meta! dirán algunos. Veamos: son 30 millones de dólares. Una estimación grosera mía: equivale a construir dos edificios de 20 pisos, DFL2 (máximo 140 m2), buenos pero nada lujoso. O sea, un grano de arena en la playa, frente a tanta destrucción.
Si consideramos que empresas aportan cada una por lo general cifras entre 100 y 200 millones de pesos, y algunos particulares como Isabel Allende donó medio millón de dólares (no he visto aún al amigo Farkas), lo que nos queda a los demás para llegar a la meta no es demasiado exigente. Es la una de la tarde y la campaña termina a las 10 de la noche. Mi vaticinio es que debería sobrepasarse largamente la meta. De no ser así, mi conclusión deberá ser que o somos un país realmente pobre o en casos como estos, a muchos nos cuesta solidarizar con algo que realmente nos cuesta un esfuerzo y tranquilizamos nuestras conciencias haciendo un aporte parecido a cuando damos $100 a un saltimbanqui de los que hacen su demostración en los semáforos.
Para unos, donar $1.000 es mucho. Para otros, dar $10.000 es muy poco.
Desastres naturales.
Nuestro planeta está “vivo”, como lo está el universo. Parte de su formación como hoy la conocemos, se ha debido a cataclismos.
Que hayan terremotos, que erupcionen volcanes, que aparezcan y desaparezcan islas, que hayan maremotos, huracanes y tifones, son manifestaciones de su actividad. Lo mismo que se desborden ríos o que haya estaciones secas, otras con lluvias torrentosas o inviernos con nevadas impresionantes. Es parte de su actividad natural.
Y como muchas cosas en esta vida, los eventos ocurren en un rango de probabilidades. Alta probabilidad que se sitúen en un rango medio, y menor probabilidad de ocurrencia en los rangos extremos. Pero aunque con menor frecuencia, los eventos extremos siempre ocurrirán.
Los seres vivos, entre los que nos encontramos los humanos, estamos más o menos “diseñados” para soportar situaciones que podemos considerar intermedias. Pero no para los extremos.
A lo que voy: lo ocurrido en Chile hace una semana y en Haití hace un mes es desde el punto de vista humano, tremendamente doloroso. Pérdidas de vidas y lo logrado con el esfuerzo de toda una vida. Pero no es un evento inusual ni que puede ser considerado inesperado y que nos deje atónitos. Es parte de las reglas del juego del existir.
Especialmente destacable es si nos situamos en zonas del mundo que pueden ser catalogadas como poco seguras. América en toda su costa del Pacífico, buena parte de Asia y la zona del Caribe.
Los que vivimos en estas zonas, debemos entender los riesgos a los que estamos expuestos. Una opción sería mudarnos a zonas que me parecen más seguras (nunca 100%) como España, Francia, Alemania o Bélgica (excluidas las guerras, claro está) por nombrar algunos. Brasil en gran medida también parece serlo. Pero decir “tomo mis bártulos y me mudo” no siempre es posible.
Chile ha sido destruido varias veces. Recuerdo los terremotos de 1960 (se conoce como el de Valdivia pero fue toda la zona sur, incluido Concepción, nuevamente afectado); el de la zona central en 1985; el del norte hace unos 12 años y hace unos 3, el de Tocopilla. Alejándonos en el tiempo, tenemos el de Chillán en 1939. Muchos eventos extremos en tan poco tiempo.
Y no está demás tener presente que el país será nuevamente destruido a futuro en una cantidad de veces que nadie puede precisar. Punto que sería conveniente tener presente al momento de decidir donde y como vivimos.
La minimización de los riesgos.
Ahí hay un punto clave. No podemos controlar los fenómenos naturales, pero sí tratar de minimizar sus consecuencias.
Chile, y los países que se encuentran en condiciones similares, deberían tener un plan de emergencia nacional, en que todos los habitantes estén informados y entrenados. Algo hay, pero absolutamente insuficiente. Así como se hacen (¿o hacían?) las operaciones Daisy en los colegios, deberían haberlos en cada edificio, en cada barrio, en cada ciudad.
Un apropiado sistema de alarma y de comunicaciones apropiadas, que no queden mudas por un simple corte de energía, es imprescindible. Y la experiencia de la última semana mostró falencias inexplicables que aun no logro entender.
Y algo que es de Perogrullo: las construcciones deben ser diseñadas según normas apropiadas para no verse afectadas. En este caso, normas antisísmicas. Trabajé muchos años en proyectos y este era un punto extremadamente relevante. Las normas chilenas son claras en ese sentido. La duda es si todas las inmobiliarias y constructoras las siguen rigurosamente, tanto en el diseño como en la construcción. Algunos casos de colapsos en este terremoto (pocos, afortunadamente, pero muy visibles y trágicos) me hacen temer que ahí podemos tener un problema.
¿Se acuerdan, los más “antiguos”, de la película “Incendio en la torre”? Ahí se diseñó bien, pero al construir, para abaratar costos, se usaron materiales de menor calidad que los especificados. Y eso causó la tragedia.
En fin, espero que superada la emergencia, tengamos la capacidad de analizar lo ocurrido y tomar las medidas para que en un nuevo evento natural extremo, los efectos puedan ser mitigados.
Nota aparte: no quisiera estar en los zapatos de las inmobiliarias cuyas construcciones han tenido problemas. O reaccionan apropiadamente frente a quienes les adquirieron propiedades, lo que les costará mucho dinero, o están destinadas a la quiebra además de enfrentar las demandas judiciales y sus consecuencias cuando corresponda.
Teletón “Chile ayuda a Chile”.
Loable idea y esfuerzo, al que me he sumado. Había que hacerlo.
Pero nuevamente, visto racionalmente y obviando el lado humano, me deja una sensación tipo angustia.
La meta es juntar 15 mil millones de pesos. ¡Qué gran meta! dirán algunos. Veamos: son 30 millones de dólares. Una estimación grosera mía: equivale a construir dos edificios de 20 pisos, DFL2 (máximo 140 m2), buenos pero nada lujoso. O sea, un grano de arena en la playa, frente a tanta destrucción.
Si consideramos que empresas aportan cada una por lo general cifras entre 100 y 200 millones de pesos, y algunos particulares como Isabel Allende donó medio millón de dólares (no he visto aún al amigo Farkas), lo que nos queda a los demás para llegar a la meta no es demasiado exigente. Es la una de la tarde y la campaña termina a las 10 de la noche. Mi vaticinio es que debería sobrepasarse largamente la meta. De no ser así, mi conclusión deberá ser que o somos un país realmente pobre o en casos como estos, a muchos nos cuesta solidarizar con algo que realmente nos cuesta un esfuerzo y tranquilizamos nuestras conciencias haciendo un aporte parecido a cuando damos $100 a un saltimbanqui de los que hacen su demostración en los semáforos.
Para unos, donar $1.000 es mucho. Para otros, dar $10.000 es muy poco.
Aquí cabe hacer un comentario a favor de los más pudientes, aspecto que se nota en la presente campaña y en las Teletón que se realizan todos los años. No pocas veces se menciona que las donaciones en las sucursales de los bancos de las zonas de mayores ingresos son exiguas si se comparan con las hechas en barrios más populares. No es justo. En las primeras, los aportes se hacen mayoritariamente por transferencia bancaria vía Internet, y esas no quedan registradas en ninguna sucursal. El punto me ha preocupado más de alguna vez. Siempre espero que Fernando Paulsen, encargado de esa área, mencione cuanto se ha recolectado por ese medio, pero nunca lo he escuchado hablar del tema.
Para concluir, repito que ni remotamente trato de restarle mérito a la campaña solidaria, la que apoyo irrestrictamente, puesto que además de recaudar fondos y ayuda, une anímicamente a todo el país. Lo que trato de decir es que todo lo que se haga es poquísimo frente a tanta necesidad y desesperación. Se necesitarán años para reconstruir lo material y quizás no habrá tiempo suficiente para cicatrizar las heridas humanas.
Para concluir, repito que ni remotamente trato de restarle mérito a la campaña solidaria, la que apoyo irrestrictamente, puesto que además de recaudar fondos y ayuda, une anímicamente a todo el país. Lo que trato de decir es que todo lo que se haga es poquísimo frente a tanta necesidad y desesperación. Se necesitarán años para reconstruir lo material y quizás no habrá tiempo suficiente para cicatrizar las heridas humanas.
Mi vaticinio se cumplió: se dobló la meta. Bien por Chile y los chilenos.
ResponderEliminarNo se trata de tener dotes de pitoniso; sólo tener algún grado de familiaridad con los números.
Felicitaciones Victor por el vaticinio, aunque era previsible que la meta fuese conservadora y particularmente simbólica, como lo es casi todo en la actualidad. Mas que el monto recaudado, el objetivo creo que era levantar la moral de un país diezmado. La bandera es otro símbolo. No es fácil entender esto para personas como tú y yo que solemos irnos por el carril de la racionalidad... también está el de las emociones, capaces de darle lógica a lo ilógico. Piensa que el terremoto está logrando el milagro de darle sentido a la unidad nacional que hasta antes del terremoto no tenía sentido, al menos para mí.
ResponderEliminarPerdona la extensión del comentario, pero ya me estaba volando... un abrazo,
rodolfo
Bueno tu comentario Victor, como siempre permanezco seguidor de tus reflexiones.
ResponderEliminarUn Abrazo
Sergio Vargas